El primer día sin mamá

Hablando de la muerte

Cuando mamá trascendió a otro plano, supe todo lo que debía hacer para despedir su cuerpo y honrar su memoria. 

Como se habrán dado cuenta a esta altura, soy creyente, y un día, escuchamos en la Iglesia sobre «El buen morir», al salir del lugar mamá me dijo lo que quería que hiciera para su funeral, cómo debía lucir, y qué hacer con sus restos. 

«El buen morir» engloba varias aristas sobre cómo estamos viviendo; el peso que le damos a un desacuerdo por el que discutimos y la relación con nuestra familia, pero, sobre todo, habla de la muerte. Yo lo resumiría en «la intención de morir habiendo amado y sabiéndose amado para irse sin pendientes».

No sé ustedes, pero en pleno 2025, sigo escuchando comentarios como: «no quiero hablar de eso porque es llamar» o «no sé, cuando me muera, ustedes sabrán qué hacen, total yo ya no estaré».

Tengo convicción en que la muerte no es llamada, no llega porque la desean o necesitan, solo pasa, pero lo que no pasa es el recuerdo de la familia que se queda y tiene problemas porque a uno le gustaría que a mamá le cremen y a otro, que la entierren. 

El primer momento para honrar a mamá luego de su muerte, es hacer su voluntad con su cuerpo.

No hay paz que se asemeje a esto.

La charla con mamá sobre su muerte fue como un golpe amortiguado que no deja moretón. El tema es delicado y muy sensible, pero mamá, con todo el amor que la caracterizaba, supo llevarlo de la manera más sabia y normal. Yo tenía alrededor de 17 años, tal vez. Lloré cuando empezó a decirme cómo debía hacer los trámites porque ella fue quien se hizo cargo de todo lo relacionado a la muerte de mis abuelos. Mamá siempre se hacía cargo de los deberes en nuestra casa y en casa de sus padres porque la responsabilidad y la honradez que la caracterizaban habían determinado su lugar como mano derecha en todo.

Siento en extremo orgullo al saberme proveniente de alguien digna de confianza a tal rango, que administró el dinero, acompañó a citas médicas, cuidó en salud y enfermedad y hasta guardó la privacidad de sus padres con respeto y prudencia. Mamá estuvo con mis abuelos hasta el final, y ahora, de entre todos los hijos que tuvieron, ella tiene el privilegio de ser la primera en retornar a casa con sus padres y seguirlos amando en donde están juntos.

Hablamos sin planear de la muerte de mamá hace más de una década y pudimos hacerlo, pero semanas antes de que falleciera, había en mí un sentido de pérdida enorme que no podía comprender y un mensaje constante de: «ya tienes que aprender a vivir sin papás», de hecho, hablaba mucho sobre dejar todo hecho porque nadie es eterno y con el sentimiento de que todo tiene un fin, como es natural. No entendía por qué, ya que lógicamente no tenía explicación, mamá estaba bien y papá también gozaba de salud estable. El sentimiento era inexplicable, pero sé que era Dios, quien estaba preparándome para lo que iba a pasar repentinamente.

En estas semanas tuve la necesidad de hablar nuevamente con mamá de la muerte, pero solo de pensarlo empezaba a llorar porque la sensación de pérdida se hacía más fuerte, así que le dí vueltas al asunto y no le pregunté nunca qué debería hacer cuando ella falleciera. 

Si no lo hubiéramos conversado hace años con toda la atención y delicadeza que el tema requiere, habría escuchado las voces que me sugerían cómo actuar (acorde a sus preferencias), pero la convicción de seguir lo instruido por mamá fue tan inquebrantable, que me permite vivir sin deudas ni remordimientos.

Dicen que lo único seguro en la vida es la muerte. 

Como humanos que somos, tenemos fecha límite para vivir, y hablar de la muerte no es llamarla, es establecer un plan que debe respetarse ante un evento inevitable y certero.

¿Han hablado de la muerte con sus padres? Yo lo hice con el mío la noche en que mamá falleció, aunque no le gustó hacerlo y su postura no ha cambiado, le dije que si muero primero, quiero que me cremen y se vayan mis cenizas en el viento, aún no encuentro el lugar donde lo desearía, pero aún en polvo quiero seguir volando en libertad.

¿Conocen a Carlitos Baldosa? El niño pelirrojo, pecoso y con lentes de «The Rugrats». El personaje se desarrolla en una familia monoparental donde vive con su padre que enviudó al año de Carlitos haber nacido. Un día, encuentra un poema que le escribió su madre antes de partir en donde ella le decía las maneras en cómo volvería a sentirla en este plano físico. 

Esta caricatura es de 1991 y al navegar en Facebook, en mi adolescencia, le compartí el post a mamá porque ella me decía lo mismo a mí.

Decía que cuando el viento toque mis mejillas será ella, acariciándome; que cuando escuche a los pájaros cantar cerca de mí, será ella viniendo a visitarme y que en la naturaleza siempre la podría encontrar.

Hasta hoy, elijo creerle. No hay lugar en donde no encuentre a mamá. Me encuentro escribiendo esto en mi primer viaje intercontinental. He salido de América, pasado por Europa y ahora estoy llegando a Asia, a Bali, en específico. Me emociona tanto conocer lugares y recorrer el mundo porque siento que tengo una cita con mamá. 

Y no quiero parar.

Ahora ya no extraño tanto contarle cómo estuvo mi día al llegar a casa porque sé que ella los vive conmigo. He empacado una pañoleta que le gustaba mucho ponerse para sentir que un pedacito de ella saltó el charco. Ahora cada día salgo como buscando el encuentro de mamá en todo lo que hago, pero cuando viajo, tengo de seguro un encuentro con mamá.

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