El primer día sin mamá

Honrando la memoria de mamá

La noche en que me enteré de la muerte de mamá, estaba planificando el siguiente día y programando las horas de trabajo de esa noche. De repente todo se paró y yo tenía el derecho de «no hacer nada». ¿Cómo se hace nada? ¿Cómo se programa el sentir el dolor o el dejarlo en pausa para continuar con la rutina?

Todos los miembros de mi trabajo me dijeron que podía tomarme el tiempo necesario. ¿Cómo se estandariza el tiempo necesario para procesar una pérdida tan grande? No hay forma.

Recuerdo haber hablado con un amigo que me conoce desde que nací, era también amigo de mamá y es terapeuta sistémico familiar. Cada charla con él es otra oportunidad maravillosa de aprender. Le llamaremos «Alex». 

Alex me dijo que debo tomarme el tiempo para asimilar lo que estaba pasando, el tiempo de «no hacer nada», lo dijo así, entre comillas. Le pedí consejo sobre cuándo debía limpiar el clóset, cuándo debía volver a los lugares frecuentes que compartía con mamá o cómo debía organizar el memorial del primer mes. Incluso llegué a preguntarle si existía algún manual que me diera una luz para entender todo esto. Me dijo que no.

Existen diferentes maneras de honrar la memoria de mamá. El camino me puso hace algunos años la fortuna de conocer a Antonella, una amiga que perdió a su madre ante la batalla contra el cáncer. Antonella es parte de mis amigos cercanos y cuando su madre partió, no pude estar con ella porque no me encontraba en la ciudad. Le envié un mensaje escrito con todo mi amor y respeto y le pedí que me diera la fecha de la primera misa de honras, a este espacio me acompañó mamá y las presenté. Mamá, como siempre, cariñosa y compasiva le dijo cómo había vivido ella la pérdida de mi abuelita y le infundió mucho ánimo.

Jamás voy a olvidar el sentimiento que experimenté al llegar al cementerio y abrazar a mi amiga. Es un dolor que se comparte como propio, la desesperación de no poder hacer algo para aliviarla me inundaba el corazón, pero acompañarla fue mi manera de apoyar.

Mamá falleció aproximadamente al mes de esto.

Antonella le dió vida a su sueño, una cafetería cuya marca tengo el honor de gestionar. Mi amiga escuchó todos y cada uno de los consejos de su madre, la señora sabiamente le pidió seguir con su vida, con sus metas y proyectos. Antonella no debía frenar la construcción de todo porque uno de los pilares más importantes ya no estaba físicamente presente.

Y así lo hizo. 

Vienen a mí las palabras que manifestó al cumplirse el año de la muerte de su madre, ella dijo: «mamita, he tratado de honrar tu vida de la mejor forma que he podido, siguiendo adelante con la mía».

Me marcó tanto porque hice lo mismo sin saberlo. Ahora lo veo.

No quise tomarme más que las semanas estipuladas por la ley para volver a trabajar porque empecé con las actividades que me consumían más tiempo: trámites, limpieza del clóset, venta de muebles y donaciones que este año culminé. Es increíble la fuerza desconocida que habita en nosotros hasta que llega el momento en donde debes elegir entre hundirte en el dolor o continuar aún con heridas al rojo vivo.

Vivir un duelo no es un proceso lineal. No hay etapas de avance estandarizadas o señales que indiquen que lo estás superando. Cuando me preguntan cómo lo hice (y lo sigo haciendo), les digo la verdad, lo hago llorando. Al incorporarme a trabajar, una mañana estaba alistándome en la habitación de mamá (que ahora es mía) y cuando me ví en el espejo, ví una manía de ella en mí y me dí cuenta que ahora atesoro ese recuerdo, empecé a llorar y no podía parar, así como tampoco puedo parar el tiempo para que continúe cuando yo calmé mi llanto. Decidí continuar alistándome mientras corrían las lágrimas por mis mejillas y así salí a trabajar. Para cuando llegué a la puerta me había calmado, el llanto impide que veas claramente por dónde caminas, pero cómo desenredan los nudos del corazón y la garganta.

Al llegar al memorial de mamá, Antonella me dijo que seguramente su madre y la mía ahora deben estar tomando un cafecito para conocerse y hablando de nuestra amistad. Muchos dicen que los seres amados te cuidan desde el cielo, y yo elijo creerlo. Les hablo en serio cuando les digo que me faltarían palabras para contarles sobre todas las bendiciones que han llegado a mi vida desde la partida de mamá, pero la más grande es sentir la resiliencia y ganas de vivir que ella tenía renovándose en mi corazón y alimentando mi espíritu.

Como con Antonella, ahora he reforzado los lazos con más amigos que también perdieron a su madre. Todos honramos la memoria de mamá de manera diferente al contarnos la historia que compartimos, pero todos continuamos viviendo la vida igual o mejor de lo que nuestras madres lo hicieron. Por nosotros y por ellas. 

Construir una red de apoyo es de gran valor en medio de esta montaña rusa de vivencias. El propósito de este blog es encontrar y entender las historias de todos quienes compartimos ese sentimiento de orfandad al no tener los abrazos de mamá, sus palabras de aliento y aún la reprensión precisa al tomar una decisión equivocada.

Lo puntualizo así porque no siento que ya no tengo a mamá, ella vive en mí, y aunque su cuerpo ya no me acompañe en el plano terrenal, aún soy de ella, aún entro a su chat de WhatsApp para escuchar su voz y a veces llorar de la emoción al saber y sentir cuánto me amó, cuánto me ama aún en la distancia física. 

El sentimiento de orfandad tiene sus momentos y ahora los puedo identificar, lidiar con ellos y compartirlos regulando los niveles de dolor que me causa el exteriorizar esto. 

¿Cómo honran la memoria de mamá?

Me encantaría leer sus historias y si en algo les puedo servir, como diría mamá: cuenten conmigo.

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